Parte I. Por los clavos de Cristo
Durante unos diez años salvé la termodinámica granadina. Lo hice, además, de manera anónima y desinteresada (iba a poner filantrópica) y, por si eso fuera poco, también sin enterarme de nada (normal en mí) ni tener ni idea de lo que estaba pasando; sin saber lo que yo mismo estaba haciendo, o había hecho.
Parte I. Por los clavos de Cristo
Generaciones de estudiantes de física en la Universidad de Granada quedaron marcadas por un catedrático de termología, don Jesús Biel Gayé, una persona de grandes méritos, dotado de una inteligencia y unas capacidades intelectuales excepcionales. Sus cursos de termología en segundo de física eran insuperables. Insuperables no en el sentido de que fueran muy buenos, sino en el otro: que no los superaba casi nadie, o sea, que suspendía todo dios. En Forocoches se afirma que hubo «años en los que no aprobaba absolutamente nadie, sin excepciones».
De ahí surge la necesidad de enunciar el cuarto principio de la termodinámica, que admite formulaciones paralelas al primer principio («en todo curso de la UGR se conserva el número de suspensos en termo»), al segundo principio («tras todo curso de la UGR el alumnado con la termo pendiente solo puede crecer») o incluso al tercero («inaccesibilidad del cero absoluto de suspensos en termo»).
Ahora me dirás que exagero, que no sería para tanto, que lo que pasa es que estoy resentido porque yo fui uno de los suspensos (lo cual, lo has adivinado, es cierto). Pues mira, a lo mejor es eso. Pero ese argumento dejaría sin explicar que en la Universidad de Granada llegara a haber varios cientos de estudiantes con la asignatura pendiente (la mitología y Radio Macuto hablan de unos cuatrocientos, aunque habría que consultar los archivos), sobre todo si tenemos en cuenta que, en aquellos tiempos gloriosos, el alumnado de segundo de física ascendía a unas ciento cuarenta personas cada año académico y el Dr. Biel solo daba clase a la mitad. Y eso no es nada. Es que don Jesús le puso un notable a Pepe Caro, y este argumento resulta, objetivamente, más que definitivo.
A ver, Pepe Caro Ramón, alias «El Máquina»: una de esas mentes capaces de entender cualquier cosa explicada de cualquier manera, un tío que te saca la carrera de física con media superior a sobresaliente. Pues a ese, a ese, el Dr. Biel le puso una mierda de notable. Hay que decir que Pepe ni se cabreó porque, entre sus muchos rasgos dignos de elogio (de los otros ya hablaremos en otro momento) se encuentra el don de preferir lo posible frente a lo perfecto.
De don Jesús Biel Gayé convendría hacer un retrato repleto de matices, lo cual requeriría contar con quienes lo aprecian y saben lo que vale, por ejemplo, en el ámbito familiar o en contextos íntimos, donde, al parecer, es un tío de verdad estupendo y muy bueno contando chistes. Pero digamos de entrada que es de Calatayud, lo cual explica varias cosas. Por ejemplo, el academicismo de su acento al hablar castellano; vamos, yo creo que pronuncia hasta las elles. De él se contaban cosas increíbles y, con una probabilidad muy elevada, absolutamente apócrifas, como aquella fábula estudiantil que afirmaba que tuvo que huir de una universidad catalana, en la que habría sido profesor antes de descender a Granada, y que se fugó saltando por una ventana porque había alguien muy malo que le quería pegar. En fin, son solo rumores con más ruido que señal, de esos que se arremolinan en la estela de toda personalidad mítica.

La visión que el alumnado tenía del Dr. Biel surgía, por supuesto y ante todo, de su actuación en clase. Sus lecciones se basaban en un proceso fundamental, en principio quizá aceptable, que consistía en que nos leyéramos en casa su libro y le fuéramos planteando en clase las dudas, que él ya las iría contestando. El libro se titulaba Formalismo y métodos de la termodinámica y era francamente indigesto. Levantaban oleadas de satisfacción sus famosos «En efecto:», encabezamiento con que abría los párrafos de demostración de teoremas o resultados y que en muchas ocasiones resultaban imposibles de descifrar. Cuando alguien lograba esclarecer alguno de los «En efecto:» más crípticos (vía pacto con el diablo o consulta al oráculo de Delfos) se organizaban celebraciones espontáneas en la cantina de la Facultad de Ciencias y se hacía eco, en portada y con desplegable interior, hasta el mismísimo boletín estudiantil del centro, la inefable revista Radical al Kilo. No descartemos que el cachondeo trasgeneracional universalizado en torno a los «En efecto:» fuera una de las razones de su supresión absoluta en la edición definitiva de la obra del Dr. Biel, de la que te hablaré más adelante.

Éramos jóvenes y hacíamos muchas tonterías que nos parecían divertidas, y entre ellas estuvo la de producir una tirada de pegatinas en las que se veía el libro en cuestión siendo pasto de las llamas. Ningún libro sufrió daños durante este arrebato de creatividad.

Cuando no había preguntas, el Dr. Biel improvisaba algunas explicaciones o problemas. A veces invitaba al auditorio a participar. Un día planteó un problema con el que sabía que iba a sembrar la perplejidad, porque para resolverlo había que efectuar una derivada en forma implícita. Llegado el punto clave del asunto, retó al auditorio. Pero pasa que yo había estudiado en el instituto Séneca, donde don Guillermo Molina Garrido nos había enseñado a derivar en forma implícita. Así que dije: «Sí, yo sé». Con temblor de piernas, salí a la palestra y le derivé la ecuación en forma implícita. Creo recordar, quiero recordar, que el maestro me miraba no con admiración (imposible), pero sí con franca aprobación. Sin embargo, lo que dejó un recuerdo indeleble de aquella anécdota en mi memoria fue la mirada que me echó Sofía García Creus y Ruiz Berdejo, ese peasso de persona inteligente y hermosa, mientras me decía: «Pero ¿qué es eso que has hecho?». Don Guillermo: otra vez, gracias. Sofía: aún te admiramos.
Don Jesús se ponía muy nervioso cuando le escribíamos en la pizarra con letras grandes y sin organizar el espacio: insistía en que había que escribir en pequeño y dejando hueco entre los bloques, justo para así ver mejor el conjunto. Tampoco soportaba que no nos supiéramos los nombres correctos de las letras griegas y las llamáramos a todas «fi» o algo por el estilo.
A quienes vivimos el episodio siguiente todavía se nos altera el pulso al recordarlo, sin duda una de las más grandes ocasiones que vieron los tiempos. En uno de estos ejercicios en la pizarra fue Pepe Caro, en majestad, quien salió a la tarima para resolver y discutir un problema sobre procesos irreversibles. Era todavía el primer trimestre y casi nadie se había enterado aún de nada. Había un dibujo de un émbolo y una masa y no sé qué más. El caso es que Pepe y el Dr. Biel se enzarzaron en una discusión en la que cada vez se elevaban más tanto el tono como el nivel conceptual. De repente, el Dr. Biel entró en modo Hulk y no se le ocurrió otra cosa que soltarle a Pepe (obviamente tampoco el Dr. Biel se había enterado aún de nada) que no tenía claros ni siquiera los conceptos básicos de la física general y que igual tenía que volver a cursarla en primero… Y ahí va Pepe con todas sus narices, deja la tiza en su sitio y le suelta al Biel algo así como:
–Mire, yo estoy seguro de lo que digo, he sacado matrícula de honor en física general y no soy yo el que necesita repasar conceptos.
Eccolo qua: Pepe recibió al final una mierda de notable. A don Jesús solo le pondrán nota dios y la historia.
Los gritos y aspavientos de don Jesús eran famosos. Hacía furor entre el alumnado la manera en que, ante una burrada cometida por cualquiera (burrada de acto, omisión o pensamiento), crispaba los dedos de la mano derecha, hacia arriba, de un modo muy característico, a la vez que hacía resonar su vozarrón (buena voz, vive dios): «¡¡¡¡Por los clavos de Cristo!!!!». Porque pronunciaba Cristo así, con mayúscula. Un día, un muchachote grandullón sentado al fondo de la clase (Santiago, «El Barbas») le quiso hacer una pregunta. Entonces, don Jesús miró a lo lejos y se percató de que el alumno llevaba puesta una gorra. Bueno, bueno, aquello fue el apocalipsis now. Menudo pollo le montó: «¿Pero qué hace! ¿Pero qué es eso! ¡¡Descúbrase, DESCÚBRASE!!». El Dr. Biel, un caballero español a la antigua usanza, con la urbanidad y la buena educación siempre por delante porque, eso sí hay que reconocerlo: siempre nos gritaba de usted.
Hay que indicar que la víctima tuvo luego la valentía de ir a hablar con don Jesús y que este, tras reflexionar, reconoció que había estado desafortunado y se disculpó de manera sincera y satisfactoria.
Don Jesús no soportaba que la gente fuera a la universidad con pantalones vaqueros y en cierta ocasión, al principio de un examen, hizo salir del examinatorio y volver a entrar a todo el alumnado para que accedieran al lugar «como personas y no como borregos». Pero el clasicismo de don Jesús se extiende más allá de los buenos usos y costumbres y abarca, también, su visión filosófica de la ciencia. Lo enervaban las modas intelectuales modernillas, lo cual suponía un problema cuando parte del alumnado llegaba a segundo curso de física con la mente empapada en las divagaciones divulgativas de los autores más en boga. Un día, ante un ejercicio que implicaba ciertos detalles sobre cambios de entropía, José Ramón Linares Porras, Ramón para las amistades, le planteó al Dr. Biel una cuestión, que no recuerdo, acerca de la interpretación física más profunda de la entropía en el proceso. Ramón, un alumno de amplias inquietudes que iban desde la música clásica (como intérprete y como espectador) hasta la filosofía de la ciencia, probablemente venía contaminado por las lecturas de Richard Dawkins, Ilya Prigogine y similares (Ben-Naim aún no circulaba en absoluto). Don Jesús Biel es conocido partidario de un formalismo y unos métodos de la termodinámica completamente separados de la teoría atómica y sus interpretaciones microscópicas. Airado y firme, aunque correcto, el Dr. Biel defendió, señalando las ecuaciones, que el ejercicio ya incluía todo lo necesario para entender el proceso, y que no compartía la obsesión de las nuevas generaciones por la entropía y sus intrincaciones noseológicas. Y aportó una perla de filosofía de la ciencia con jápenin incluido:
–No sé por qué a ustedes les resulta tan difícil el concepto de entropía –nos dijo–. En mis tiempos, la dificultad filosófica estribaba en el concepto de energía, ¡la energía! Porque, ya me dirán ustedes qué tiene que ver que esta cosa esté aquí en alto –y colocó una tiza encima de la mesa– con que la misma cosa vaya volando por ahí con cierta velocidad –y mientras decía eso tomó la tiza y la lanzó a volar por el aula.
Él ya tuvo cuidado de que el proyectil no le diera a nadie, pero mi contribución al Mito Biel consiste en imaginarme que el filosófico trozo de creta (quizá, la tiza de Heidegger) cayó entre el público y que tal vez le dio en la cara a Sofía García Creus y Ruiz Berdejo, en un acto de insuperable belleza humana, poética y epistemológica. Y que ella lo rescató del suelo y, con su brazo incorruptible, le aportó los treinta y cuatro milijulios necesarios para alzarlo hasta su pupitre.
Unos días después, el Dr. Biel tuvo la atención de desarrollar en clase una explicación microscópica del concepto de entropía.
Parte II. Mucho Queso
Como éramos tan jóvenes y hacíamos tantas tonterías que nos parecían divertidas, a Mar Domech Martínez y a mí se nos ocurrió la de presentarnos a las elecciones para representantes del alumnado en el consejo del Departamento de Física Aplicada, que por entonces dirigía el respetado catedrático don Gerardo Pardo Sánchez. No lo hicimos por motivaciones ideológicas concretas, sino por ampliar horizontes experienciales y por bla, bla, bla. Así que organizamos una candidatura anodina, expresamente diseñada para no sugerir ningún contenido específico y que fuera pura cáscara, la inanidad total. Nos pusimos de nombre «Queso», siglas de «Queremos Ser Originales». Ya, ya, pura tontería. Yo qué sé. Entonces nos pareció una buena idea.

El caso es que la inanidad condujo al éxito electoral, como no podía ser de otro modo. Entre las vivencias experimentadas en el consejo del Departamento de Física Aplicada recuerdo una reunión de tintes oníricos. Mientras el catedrático Pardo Sánchez dirigía la sesión soporífera abusando ad nauseam y sin piedad del verbo desenganchar, el doctor Biel Gayé se dedicaba a recortar papelitos para hacer con ellos pajaritas de papel, grullas japonesas y otros muñequitos papirofléxicos que iba colocando en fila, a modo de exposición, encima de la mesa y a la vista del todo el mundo. Ignoro la intención de don Jesús con semejante gesto, pero no me cabe la menor duda de cuál habría sido su opinión en caso de que la representación del alumnado se hubiera dedicado, durante la reunión formal del consejo y mientras hablaba el Dr. Pardo, a hacer solitarios de cartas o tejer una bufanda con agujas y madeja de lana.
Lo que iba a ser horizonte experiencial se convirtió en tener que ponerse a hacer cosas, porque resultaba que el alumnado de Física Aplicada tenía un problema muy gordo… con la termodinámica. Hordas de personas suspensas enfervorecidas asaltaban por los pasillos a sus representantes en el consejo de departamento: tragedias personales, carreras por finalizar a falta de una sola nota, convocatorias agotadas, familias sin recursos para soportar más gastos. Total, que hubo que hacer algo. Se nos ocurrió una idea imbatible: ¡convocar una asamblea! Preparamos una serie de cartelitos dirigidos a todo el alumnado que tuviera «problemas con la termodinámica», convocando reunión para tal día en tal sitio, y nos dedicamos a colgarlos por la facultad y su entorno.
Al día siguiente aparece por clase un bedel de la facultad preguntando por mí. Me entrega un sobre que contiene una nota del doctor Pardo Sánchez en la que me conmina a visitarlo en su despacho lo antes posible. Y eso hice. Me cayó un buen chorreo, centrado sobre todo en «qué es eso de ir aireando por ahí fuera los problemas y las cosas de dentro». Aquel hombre de aspecto frágil, pero carácter fuerte, forjado en el respeto a la autoridad y los rígidos esquemas de la España fascista, vivía convencido de que la reconvención de un catedrático de su nivel iba a surtir efectos inmediatos. Sin embargo, corría ya el año 1989 y yo, consciente de que Pardo carecía de instrumentos para imponer su voluntad, lo observaba y escuchaba con más perplejidad que susto, seguro de que aquel encuentro carecía del más mínimo sentido. Así que me limité a aguantar el trance respondiendo con monosílabos y evasivas hasta que pude despedirme y salí al exterior de la facultad a colgar los últimos carteles impresos que me quedaban con la convocatoria.
La asamblea culminó con un resultado muy sorprendente: la elaboración de un escrito. El texto, que no conservo, iba dirigido al director del Departamento de Física Aplicada y solicitaba la adopción de las medidas necesarias para que se corrigiera la anomalía que suponía tener un tapón de centenares de suspensos en una asignatura que en otras universidades se consideraba una maría. Estoy seguro de que no lo pusimos así, aunque da lo mismo. Porque corría tan solo el año 1989 y aquel alumnado de aspecto fuerte, pero carácter frágil, forjado en los mitos heroicos de la transición y «el pueblo unido jamás será vencido», carecía de instrumentos para hacer valer sus reivindicaciones. El asunto no llegó ni siquiera a tratarse en el consejo de departamento.
Sin embargo, esto no significa que la asamblea tuviera como resultado la inanidad total, lo que, dicho sea de paso, habría supuesto el cumplimiento íntegro de nuestro programa electoral. Al curso siguiente, el catedrático se vio forzado a hacer saltar el tapón de casi cuatrocientos suspensos con un memorabilísimo aprobado general, al que procedió planteando un examen del todo trivial. Hay quien opina que aquello olió un poco a Queso. Yo no lo sé.
Sin embargo, no fue esta la vez en que salvé la termodinámica granadina, porque cursos posteriores vieron la continuación de los suspensos en termodinámica en cantidades industriales, hay quien sospecha que, incluso, con energías renovadas. Así que, si quieres saber de verdad cómo logré esa salvación definitiva, no te va a quedar más remedio que seguir leyendo un poco más, porque faltan aún grandes maravillas por relatar.
Parte III. Sin Motivos
El libro del Dr. Biel, Formalismo y métodos de la termodinámica, se presentaba a sí mismo en la cubierta y en la introducción como «volumen 1», con el anuncio expreso en el interior de que algún día llegaría el volumen segundo, dedicado a problemas resueltos y a temas avanzados. Pero la escasez de ejercicios planteados al estilo de Biel mantenía al alumnado en un estado de inanición permanente que fomentaba el más loco de los mercados de información: fotocopias de exámenes, apuntes fotocopiados, problemas de otras fuentes (no siempre bien adaptados al enfoque bielístico), soluciones poco fiables, incomprensibles o directamente equivocadas… La locura del hormiguero. Una feria de pollos sin cabeza.
Yo siempre digo que no sé si lo prometido es deuda, pero lo anunciado ya lo creo que sí, y el anuncio efectuado en el volumen 1 sobre la inminencia del volumen 2 realmente suponía la adquisición de una deuda de don Jesús Biel para con su público incondicional. Y así pasaban años hasta que el Dr. Biel se decidió a publicar otro libro. ¡Pero no era el volumen de problemas! Lo que publicó es un opúsculo titulado Los suspensos en la universidad. Te lo juro, de verdad de la buena. Como es natural, la noticia cayó como una bomba entre el alumnado y provocó oleadas, ortogonales entre sí, de indignación y risas que todavía surcan el espacio interestelar camino de Andrómeda con la velocidad de la luz. Hay que reconocer al menos dos cosas, y lo digo muy en serio. Primero, que este episodio apoya los rumores sobre la habilidad de don Jesús Biel para hacer chistes magníficos. Segundo, que no cabe duda de que si había, si hay, alguien en el mundo de habla hispana cualificado para escribir sobre Los suspensos en la universidad, ese es nuestro admirado catedrático.
Aquel junio yo suspendí la termo. Así que me eché sobre los hombros una tarea titánica: recopilar todos los ejercicios y problemas disponibles en los orbitales atómicos bielísticos y encontrar, desarrollar y confirmar soluciones correctas para todos ellos. Recurrí con tal fin a todas las fuentes antes mencionadas y a algunas más. Y conté con la ayuda del todo imprescindible de Pepe Caro, que aquel verano me acogió incluso en su casa durante unas semanas, lo cual nunca le agradeceré lo suficiente, porque el resultado final fue que conseguí uno de los pocos aprobados que cayeron aquel setiembre, y con el valor añadido del tesoro magnífico que obraba en mi poder: la mayor y mejor colección de problemas de termo al estilo Biel que jamás vieron los eones.

Orgulloso, ufano, sintiendo correr por mis venas el poderío de un atlante, procedí a ponerle una portada a esa colección de casi doscientas cuartillas, así que, con un rotulador, escribí en la carátula: Problemas de termodinámica y métodos del formalismo. Ya sé lo que estás pensando. Te aseguro que en su momento parecía buena idea. En fin. Acto seguido encargué tres o cuatro copias de alta calidad, con sus tapas y encuadernadas en canutillo, ¡quedaron preciosas! Y se las regalé a una serie de colegas que no habían tenido tanta suerte como yo en setiembre, con la esperanza entonces (hoy la certeza) de que podrían serles de utilidad.

El volumen incluye un recortable: el maravilloso octaedro termodinámico, un modelo para armar que, tras su recorte y montaje, se convierte en un objeto tridimensional nemotécnico de lo más curioso. No te pierdas el artículo introductorio dedicado a este objeto mágico en las primeras páginas de la colección de ejercicios y problemas.
Algunas personas me pasaron correcciones, enfoques alternativos, sugerencias y mejoras para los problemas que, a pesar de mis esfuerzos y del virtuosismo de Pepe, aún contenían algunos fallos y erratas cometidas al pasar a limpio las soluciones. Gracias a Mar, Manolo y Luis, especialmente.
La economía granadina, en particular el negocio de las academias de clases particulares, tiene una deuda astronómica con don Jesús Biel porque el colectivo de sus suspensos ha constituido históricamente una mina para algunas de estas entidades, con un impacto no despreciable en el PIB local. Recuerdo que por entonces había una academia muy popular que se llamaba Dos Motivos. Como éramos jóvenes y nos gustaba mucho hacer tonterías, a veces bromeábamos diciendo que íbamos a montar nuestra propia academia algún día, solo para darnos el gusto de llamarla «Sin Motivos». Te aseguro que nos parecía gracioso el pego este. Pero espera, que ahora mismo te cuento algo más gracioso todavía.
Yo me fui a otra universidad y estuve mucho tiempo por otros lares persiguiendo siempre los pastos más verdes. Pero mantenía contacto con gente de Granada, en particular del mundillo universitario o de la física, que me iba poniendo más o menos al día de cotilleos y curiosidades. Por supuesto, la mayoría de estas personas tenía la termo pendiente y acudía a academias de esas. Un buen día me encuentro con que todas las academias de Granada que ofrecían entre su repertorio la termo para víctimas del Dr. Biel estaban usando fotocopias, ya de quinta o sexta generación, ¡de mi colección de cuartillas! Es natural: las academias se enfrentaban al mismo problema que el alumnado de escasez de materiales para preparar la termodinámica bielística, y mi Termodinámica y métodos del formalismo se propagó como la pólvora sin yo tener ni idea. Por supuesto, no constaba autoría alguna. No por mala fe: sencillamente, ni se me pasó por la cabeza poner mi nombre en las cuartillas. Y me parece bien, porque ese punto de anonimato en una acción filantrópica inconsciente le añade a toda esta historia una dimensión épica, aún más épica, si cabe.
Desde aquellos tiempos la proporción de aprobados en termo de la Universidad de Granada ha mejorado ostensiblemente. Hay quien dice que al Dr. Biel Gayé le dieron tantos toques que tuvo que aflojar un poco la cuerda. Otras personas opinan que el cambio de tendencia se debe a una catarsis intrínseca en el propio catedrático. Pero yo quiero creer que mis colecciones de problemas también han ayudado a decenas, si no cientos, de estudiantes de física en Granada y, quién sabe, quizá también fuera de ella. Estos ejercicios y problemas me salvaron a mí, así que no veo por qué habría que dudar de su aportación a salvar, así globalmente, toda la termodinámica granadina.
Durante unos diez años.
Porque… llegó el día en que don Jesús Biel Gayé pagó la deuda contraída para con su público. Junto a una reedición ampliada y mejorada de su primer volumen, publicó en la editorial Reverté Curso sobre el formalismo y los métodos de la termodinámica ¡incluyendo el volumen segundo, de ejercicios y problemas! Hubo un tiempo en que mi coleccioncilla de ejercicios, producto desesperado de un estudiante mediocre que se afanaba por aprobar raspado, fue lo posible, pero ahora tenemos lo perfecto: la obra de nuestro catedrático preferido, completa y en todo su esplendor. Sigue siendo un libro de digestión dura (la desaparición de la muletilla introductoria «En efecto:» no simplifica las cosas), pero con el porte y la profundidad de una catedral gótica: una formalización axiomática de la termodinámica por un científico que domina la materia como probablemente pocas personas en el mundo académico español. Los problemas resueltos no solo están todos bien (lo cual no puede decirse de mis cuartillas), faltaría más, sino que las soluciones van acompañadas casi siempre de comentarios sutiles y reflexiones que solo puede formular alguien del nivel de su autor, que algo después de publicar la obra pudo jubilarse con la satisfacción de la misión cumplida.
Así que al cabo de una década, más o menos, se ha cumplido en cierto modo aquella idea loca de nombrar una academia propia porque, en efecto: mis problemas se han quedado, literalmente, «sin motivos». Pero a mí me queda la alegría de haberme currado la termo aquel verano, haber conseguido un aprobado bielístico que reluce más que el sol en mi currículum, la satisfacción de haber trabajado con gente tan enriquecedora como Luis, Mar, Manolo, Pepe, Ramón, Sofía, y la sorpresa añadida de darme cuenta de que, sin comerlo ni beberlo, sin saberlo siquiera, durante una década ese material tan modesto ha estado ayudando a un montón de gente.
Aunque sea sin motivos, aquí está, listo para descargarlo, el pdf con las casi doscientas cuartillas de mi colección original de problemas. ¡Ahora en color! Úsalas como se ha venido haciendo hasta ahora: con total libertad, ni siquiera hace falta que cites la fuente, no olvidemos que yo mismo saqué todos los enunciados, y bastantes soluciones, del dominio público, que es donde realmente están. ¿Es posible que aún haya alguien que pueda sacar algún provecho de ellas? «La respuesta, amiga, soplando la lleva el viento».
PD: El catedrático don Jesús Biel Gayé falleció en la ciudad de Granada el 22 de julio de 2024. Descanse en paz.
Descarga los materiales:
Colección de ejercicios Problemas de termodinámica y métodos del formalismo. Dominio público, uso libre sin citar ni la fuente ni el cántaro.
Extracto del capítulo introductorio «El octaedro termodinámico»: recortable, modelo para armar.
Recortable suelto del octaedro en alta resolución, para montarlo más bonito.
Cubierta original de la primera edición del volumen 1 de Formalismo y métodos de la termodinámica.
Cartel electoral: Queso, Queremos Ser Originales.
Una boutade bizarra, o quizá, más bien, una stravaganza, porque está en italiano. Divertido, pero contiene errores de concepto que les habrían valido un suspenso bielístico inapelable: Lorenzo Baglioni – I Principi della Termodinamica feat. I Supplenti Italiani